Ramonet propone: «Precarios del mundo, uníos»
Publicado: noviembre 29, 2006 Archivado en: Economía, Política 1 comentarioEl periodista y profesor gallego Ignacio Ramonet advierte, en especial a los jóvenes y a los inmigrantes, de que existe un riesgo cierto de que termine por restaurarse la esclavitud. El aviso asusta, pero no sorprende.
Ramonet ha estado en Madrid para cerrar el ciclo de conferencias organizado por su periódico, Le Monde Diplomatique, bajo el epígrafe general de ‘Perspectivas para un nuevo siglo’. Su charla, la última de siete, sobrecogía con el título de ‘¿Quiénes son y dónde están los esclavos de hoy?’. La respuesta, como cabía esperar, ha sido un discurso inapelable y emocionante.
Temo que los medios hayan pasado por alto la presencia aquí de uno de nuestros Intelectuales (sí, sí, Intelectuales) más activos, comprometidos y reconocidos en todo el planeta, que para eso sabe un rato de globalización y, sobre todo, de alterglobalización. Así que me arrogo la responsabilidad de contar, humildemente, lo que allí se dijo. No grabé sus palabras, así que espero entender la letruja de mis notas y no decir nada que él no quisiese decir. Pido perdón de antemano.
Ramonet se dedica, más bien, ha refrescar la memoria de la gente. Agita la mente y la imaginación para hacer recordar cosas que uno ignoraba que sabía. Es el efecto que causa la voz del sentido común.
La Guerra de Secesión o Guerra Civil de EEUU enfrentó a los estados del norte con los confederados del sur. En el fondo del conflicto latía, entre otras cosas, la intención de la Unión de abolir la esclavitud (tras los malogrados avances de la Revolución Francesa). Con este argumento, el norte ha sabido vender, hasta hoy, la imagen de ejemplo de progreso y libertad. Pero, según indica Ramonet, en la retaguardia del norte se escondía una oscura intención: abolir la esclavitud permitiría implantar el proletariado y desarrollar una industria incipiente.
Ganó el norte y los esclavos se convirtieron en proletariado; hasta entonces, el dueño de la plantación ejercía sobre los esclavos todo tipo de abusos, ya se sabe, pero también un paternalismo similar al del ganadero con su rebaño. Parece que no era del todo cierto eso de que el amo dispusiese a su antojo de las vidas y las muertes de sus negros; Ramonet sorprende con una escalofriante comparación: ¡hoy un esclavo vendría a costar entre 300.000 y 400.000 euros!
La liberación de los esclavos fue un avance social innegable, pero desencadenó unas consecuencias sociolaborales que aún hoy perduran y son la raíz del eterno conflicto racial en EEUU.
Aclara Ramonet que la esclavitud, tal como la conoció nuestro pasado, no está del todo erradicada: sabemos que existen bolsas de esclavitud ‘clásica’ en Sudán, Arabia Saudí o, hasta hace poco, Mauritania.
Mirar hacia otro lado
¿Cómo pudo perpetuarse semejante genocidio durante cuatro siglos? Digamos que las conciencias europeas tenían dos opciones: consolarse con las dudas de que, tal vez, los esclavos no tenían alma (debate teológico que los españoles ya dirimimos al encontrarnos con América); o bien mirar hacia otro lado, algo fácil para las gentes de puertos como Liverpool o Nantes: de allí salían barcos con manufacturas locales, que se cambiaban en África por esclavos, que a su vez eran intercambiados en América por materias primas, que era lo que llegaba, de vuelta, a las dársenas del viejo continente. Así, los ojos europeos veían salir telas y entrar algodón: ni un negro a la vista.
Esclavos, eslavos
¿Y hoy? ¿Quiénes son, pues, los esclavos del siglo XXI? El primer y más evidente grupo lo forman los inmigrantes ‘sin papeles’. Recuerda Ramonet que el origen latino de la palabra ‘esclavo’ era la procedencia ‘eslava’ de muchos siervos romanos. La ironía acerada aflora al recordar que ahora, en huertos del sureste español o en las campiñas italianas, muchos de esos neo-esclavos vuelven a llegar de la Europa del este, vuelven a ser… eslavos.
Ramonet recuerda que en algunos países (Brasil, por ejemplo), la estrategia de la esclavitud no ha cambiado. Es el sistema ‘de la deuda’: el patrón contrata a los trabajadores por un sueldo miserable, éstos deben vivir arrendados en las instalaciones del amo y pagar un alquiler por el techo y los utensilios; así, el obrero termina por pagar más de lo que gana y contrae una ‘deuda’ que crece exponencialmente.
Se asombra el conferenciante de que la inmigración se trate como un problema ‘de seguridad nacional’ y de que los informes al respecto sean elaborados por la Policía, como ése reciente que habla de 900.000 trabajadores clandestinos en una España con 4.000.000 de inmigrantes ‘legales’. Y se asombra porque los inmigrantes no dejan de ser personas en la plenitud de su potencial vital y laboral, con salud, con fuerza, con ganas, que viene a ofrecer su capacidad de trabajo a un precio bien barato.
Resalta, además, que es gente que ha ahorrado un altísimo coste a las arcas públicas: llegan educados, formados, criados sin que el Estado español haya tenido que pagar un solo euro en sus escuelas, en sus médicos, en sus becas, en su transporte, en las ayudas a sus padres, etc.
Desastre para África
La esclavitud robó, según algunos cálculos, unos 60.000.000 de personas del continente africano. A éstos, hay que añadir los que huían de las costas, donde se perpetraban las ‘cacerías’, hacia el interior. Allí, lejos del comercio y la industria incipientes de los puertos quedaron alejados de cualquier posibilidad de progresar. No se libraron, en cambio, de los posteriores saqueos de la colonización y de la nueva colonización, la actual.
Muchos de los inmigrantes que llegan en cayuco a nuestras costas vienen de Mali; la aplastante explicación de Ramonet deja sin aliento: Mali es uno de los mayores productores mundiales de algodón, pero… en su territorio no hay ni una maldita fábrica textil. La explicación ya la hemos oído, pero suena más honesta en boca de Ramonet: la producción de algodón en EEUU cuesta 20 veces más que en Mali, pero la agricultura del norte está tan subvencionada que las balas de EEUU llegan a los mercados internacionales entre 2 ó 3 veces más baratas.
Algo similar ocurre en Costa de Marfil. Este país es el primer productor mundial de cacao, pero está inhabilitado para elaborar chocolate. De ahí que Ramonet bromee con sorna: si casi siempre comemos chocolate suizo, ¿en qué colina de los Alpes crecerán las plantas de cacao?
Jóvenes en apuros
El otro gran grupo de esclavos potenciales pra este flamante siglo son los jóvenes (y no tan jóvenes) que empiezan a sufrir los dos grandes logros de la ingeniería empresarial de nuevo cuño: la externalización y la deslocalización. De nuevo, la didáctica del ejemplo es esclarecedora. Hoy ya se subastan -a la baja- servicios intelectuales por internet, como las traducciones: si alguien quiere traducir un libro del inglés al español, puede ofrecer el trato en internet y esperar a que los traductores se peleen por ver quién hará el trabajo por menos dinero. El fenómeno ya se ha implantado con fuerza en las telecomunicaciones, sector en el que los teleoperadores de información telefónica pueden estar en Tánger y ofrecer información sobre el callejero de Madrid.
El destino macabro de estas nuevas formas de precarización es destruir una de las grandes conquistas de siglo y medio de lucha social: adiós al trabajo asalariado que pagaba por los servicios prestados y por prestar; se impondrán los contratos ‘por obra’, el colmo de la inseguridad laboral. A Ramonet, este fenómeno le recuerda al modelo de contratación de los braceros andaluces antes de la II República…
Las subcontratas, la temporalidad o la delocalización dificultan, además, la ya endeble acción sindical. Ramonet cuenta que visitó recientemente Corea del Sur, donde el sindicalismo es muy activo y donde un trabajador puede estar prestando servicios para una decimoséptima subcontrata en favor de un vértice lejano y desconocido. Al parecer, sindicatos coreanos estudian ya la fórmula para arropar a todos los subcontratados, algo difícil dada la brevedad de los contratos y el miedo endémico a sindicarse. Cómplice, Ramonet sugiere crear una especie de ‘1º de Mayo’ del becario bajo el lema: «¡Precarios del mundo, uníos!».
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Nota: Espero haber sabido contar de forma aproximada lo que allí se escuchó y repito que casi cito de oídas, así que si parece que Ramonet ha metido la pata es, probablemente, porque el gambazo ha sido mío. Reitero mis disculpas, en especial al orador, que no tiene la culpa de que yo exista.
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