Pedir perdón era demasiado fácil

«Hace muchos muchos años, en la época en que estaban en el candelero los escándalos de corrupción asociados a Juan Guerra, hermano del por entonces vicepresidente del Gobierno, recibí una llamada telefónica. Yo era en aquel tiempo redactor-jefe de El Mundo.–Buenos días –me dijo el telefoneante–. Mire, quería comentarle que mi nombre ha salido en una relación de personas que han tenido negocios con Juan Guerra…

–Ajá. ¿Y?

–Que mi empresa nunca he tenido negocios con Juan Guerra. Ni ilegales ni legales.

–Bueno, verá –respondí yo–. La lista que apreció era larguísima. Puede contener errores, sin duda. Escríbanos una carta de rectificación y se la publicaremos muy gustosamente.

–No, es que ya no vale la pena –me cortó–. Desde que ustedes publicaron esa lista, la mayoría de mis clientes ha roto relaciones con mi empresa, por miedo a verse mezclados en el escándalo. De hecho, ahora mismo la verdad es que estoy arruinado.

–¡Cielo santo! –exclamé, impresionado–. ¿Y qué podríamos hacer?

–Nada –me dijo con voz apagada y triste–. He llamado sólo para que lo supieran.

Y colgó.

Algunos me dijeron que la llamada tuvo que ser una impostura. No lo sé. Como dicen en Italia, «Se non è vero, è ben trovato».

A mí me dejó una muy penosa impresión. Todavía la arrastro.»

Visto, cómo no, en los Apuntes del Natural de Javier Ortiz.



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