Defender a un inocente
Publicado: diciembre 2, 2009 Archivado en: Cultura, Información, Medios, Política 1 comentarioLas películas de abogados se dividen en dos grandes categorías: aquellas en las que el protagonista es un héroe que defiende a un inocente o aquellas en las que el protagonista es un héroe que defiende a alguien culpable. Abundan las primeras.
Estos días, España se retuerce en el sofa porque (casi) todos decidimos ignorar la presunción de inocencia de un hombre. Bueno, seamos justos al menos ahora: unos la ignoraron más que otros. Nos arrepentimos, y eso es bueno.
Se ha hablado mucho de la responsabilidad de los médicos en el caso, aunque su informe no acusaba de nada a nadie y solo advertía (de) una posibilidad cierta sobre un asunto demasiado ignorado. También se ha escrito, demasiado poco, sobre el linchamiento mediático: está claro y las excusas son bien pobres («metimos la pata», como si hubiesen confundido la sal con el azúcar -así, en plan campechano, como el Rey, claro, que el ABC es bien monárquico- y deslizando un patético «por ahí decía presunto«). Y ahora nos horrorizamos porque, supuestamente, la policía obligó a Diego a ver las fotos de la autopsia de la niña en una especie de macabra tortura guantanemera (de esas que nunca ocurren en Euskadi).
Entre unos y otros, maltratamos, violamos y quemamos a Diego. Como lo matamos entre todos, se nos hace más fácil pedir disculpas (la vergüenza general diluye la responsabilidad individual). Por eso es fácil pedir perdón. Por eso y por una afortunada casualidad: Diego era inocente, ¡qué suerte!
Si el acusado es inocente, ay, cualquiera defiende sus derechos. Pero este repentino arrebato garantista que ahora nos inflama el pecho oculta un silencio perverso: el que guardamos, casi siempre, cuando el acusado es, finalmente, culpable. ¿Habría valido entonces la portada de ABC y el presunto numerito de poli malo y poli peor en comisaría? ¿Habrían servido entonces las apologías de la pena de muerte en menéame o los insultos a las puertas de los juzgados? La jauría humana siempre se equivoca: solo parece que acierta cuando, maldita sea, los temores se confirman. Tan mal sistema, éste, como el del reloj parado que da la hora buena dos veces al día.
Lo difícil, parece, es defender al cabrón (terrorista, violador o gorrilla: tres géneros de criminales que no admiten defensa pública). Es difícil (aunque muy satisfactorio) ser asertivo y clamar que el rey va desnudo. Abierta la veda, lo difícil es, contra todo tumulto, defender al rey o al diablo.
Recuerdo una recogida de firmas en la universidad, en el marco de una de esas estéticas campañas de Amnistía Internacional contra la ejecución de un condenado a muerte en EEUU. Yo era delegado de clase (me perpetué en el poder durante cuatro legislaturas, en plan Chávez) y en un descanso anuncié que pasaría una hoja de firmas para aquellos que quisiesen participar. Era inevitable; una compañera preguntó: «Vale, pero, ¿qué ha hecho?». Amablemente le recomendé que no se molestase: «Si me preguntas eso, quizá no deberías firmar». No recuerdo si firmó, pero recuerdo y juro que era lectora habitual del ABC.
En fin, las películas de abogados se dividen en dos categorías: aquellas en las que el protagonista defiende a un inocente o aquellas en las que el protagonista defiende a alguien culpable. El protagonista solo es un héroe en una de las dos.
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