Camorristas, pendencieros y El Corte Inglés

Las identidades y los significados de los ‘indignados’ y de El Corte Inglés parecen condenados a cruzarse, como antagonistas necesarios. Tras los primeros días de acampada en Sol, la imagen de los escaparates de los grandes almacenes cubiertos por carteles y lemas daba un sentido redondo a la confrontación. Cuando empezó la campaña mediática contra el 15-M, que hoy sigue arreciando (buena señal), todos volvimos la vista a ese horrendo edificio de la calle Preciados que se asoma al Kilómetro Cero.

El Corte Inglés es un símbolo y más. Es un agente esencial del pensamiento y las clases dominantes: su poder empresarial y mediático lo convierten en icono. Que logre abrir sus puertas o que no consiga subir la persiana en una jornada de Huelga General puede decidir las portadas del día siguiente: decenas de antidisturbios se encargarán de que pueda hacerlo.

La lucha sindical en sus entrañas es una epopeya digna de una novela negra, con amenazas, traiciones, extorsión y, por supuesto, violencia incluidas.

Que sea condenada por algo es noticia. ¡Y que la noticia salga en el telediario también es noticia!

Por eso es tan elocuente una discreta frase que José Bono pronunció durante la presentación del nuevo libro de Pedro J. Ramírez. Después de que Esperanza Aguirre acusara a los indignados de fraguar un golpe de Estado y tacharlos, con ese lenguaje dieciochesco que le encanta, de pendencieros y camorristas, el presidente del Congreso soltó una de esas bromas preñadas de cinismo involuntario (¿es una epidemia?): «Estamos todos. El presidente, el que quiere serlo y El Corte Inglés«.



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