La huelga crece

¿Ha triunfado la huelga? Como mínimo, ha crecido.

1. Alto seguimiento

El seguimiento directo es difícil de precisar. A ojímetro parece exageradísima la tasa que han llegado a dar los sindicatos: 75-80 por ciento. Esa cifra ha podido darse en algunos sectores y terriotorios con una trayectoria muy combativa, pero difícilmente puede servir como media.

En esta ocasión la cifra del consumo eléctrico tampoco va a gustar a todos. La rumorología que ayer recorrió la red con denuncias de ayuntamientos conservadores que encendieron las farolas durante el día puede ciscarlo todo un poco. Sin un apasionamiento sospechoso, algunos análisis muy detallados hablan de que el consumo eléctrico real llegó a caer un 32,3 por ciento a las doce de la mañana, en pleno apogeo de cualquier jornada laborable. Una cifra demasiado grande para tachar la huelga de «fracaso general», como hoy titula El Mundo.

El consumo eléctrico, claro, incluye ciertos niveles de gasto de electricidad que se mantienen estables aunque la actividad esté parada: luces permanentes, maquinaria que no se puede apagar, climatización de edificios vacíos, consumo cotidiano en los hogares, mantenimiento de los servicios mínimos, etc. En este blog, menos neutral, pero con metodología transparente, llegan a la conclusión de que el consumo eléctrico imputable a la actividad productiva —eliminando desviaciones estacionales— llegó a caer un 87,7 por ciento hasta las nueve de la noche.

Otro dato fiable es el que me llegaba a primera hora desde una importante empresa de telecomunicaciones —3.000 personas, nuevas clases medias, oficinistas, plantilla ‘de cuello blanco’, buenos resultados empresariales y baja conflictividad en el seno de la compañía—. El seguimiento era de entre el 20 y el 30 por ciento. ¿Parece poco? La misma fuente daba un dato de seguimiento del 7 por ciento en la huelga del 29S de 2010. Estos datos parecen coincidir con los que vaticinaban algunas encuestas —con perdón—.

Que en una empresa ‘tranquila’ haya una cuarta parte de la plantilla dispuesta a señalarse y perder un día de salario para protestar contra un ley que, precisamente, facilita y abarata su eventual despido es un dato que debería interesar al Gobierno y a la patronal.

2. Manifestaciones masivas
La asistencia a las manifestaciones también habla de un apoyo muy numeroso al margen del seguimiento. Las historias de trabajadores que no se atreven a hacer huelga, pero sí se suman a las movilizaciones son ya un clásico. Por concretar, a título personal y solo orientativo, he contado 4 casos en mi entorno más cercano. No vale extrapolar, pero ¿puede haber cuatro huelguistas frustrados por cada huelguista consumado?

El Gobierno ofreció una cifra global de más de 800.000 manifestantes en toda España. La cifra me parece tan ridícula como los 900.000 que anunciaron los sindicatos solo en Madrid. Los datos de Interior incluyen perlas intragables. Así, dice que en Galicia, con mucho menos de la mitad de población, menos tradición obrera, menos tejido industrial y con una de las distribuciones de población más dispersas de España, la cifra de manifestantes más que dobló a la de toda Cataluña. ¿140.000 manifestantes en Galicia y solo 68.000 en toda Cataluña? No cuela.

Tampoco creo que la asistencia a la manifestaciones sirva para medir el éxito de una convocatoria social —quizá sí para medir el fracaso— y la carrera disparatada por dar cifras astronómicas es vana. Los que estábamos sabemos que estábamos aunque algunos medios quieran convencernos de que no estábamos. Una cosa —más— que aprendimos desde el 15 de mayo es que un número pequeño de personas que hacen lo difícil puede tener más impacto —¿y efecto?— que un gran número de personas que hacen lo fácil.

Las manifestaciones son una demostración de fuerza y ayer demostraron mucha fuerza —aquí una galería con 18 imágenes que no saldrán en La Razón o Intereconomía—. Pero las maifestaciones, cada vez más, tienen un componente ‘retroafectivo’, es decir, son una especie de recompensa para los propios asistentes —mira lo que somos capaces de hacer aunque mañana no salgamos en la portada—. Ambos objetivos se cumplieron ante los ojos de quien quisiera mirar.

3. Los sindicatos sobreviven
CCOO y UGT no están para tirar cohetes. Llevan décadas así. Sin embargo, las grandes centrales sindicales pueden respirar aliviadas un ratito más. No están muertos por mucho que parezcan empeñados en suicidarse. La movilización de ayer demostró que siguen siendo —junto a los sindicatos nacionalistas— los únicos actores capaces de promover una movilización general masiva —ojo, digo masiva, no necesariamente mayoritaria—.

Quizá lleguen nuevos agentes sociales, quizá crezcan los que ya han brotado, pero hasta entonces, CCOO y UGT son, como se repiten a sí mismos una y otra vez, la última barrera, el último obstáculo entre el neoliberalismo total y nuestros últimos derechos. Este caracter exclusivo —y para mucha gente, excluyente— es, precisamente, lo que magnifica sus errores, decepciones y traiciones.

Cabe intuir, por tradición, que volveran a meter la pata, pero ayer, y quizá solo ayer o quizá hasta la próxima, fue mejor que aún existieran y que estuvieran de nuestro lado.

4. Violencia
La jornada de ayer me pareció más tensa que la de la huelga anterior. Sin embargo no creo que fuese tanto por los actos concretos de violencia —como este,  que dejó así a una sindicalista de CCOO, o este—, que se repiten casi calcados. Temo que la tensión esté creciendo por la confrontación entre este Gobierno, con una inagotable capacidad de cabrear, y una sociedad que empieza a sentir el riesgo y la desprotección. El reciente informe británico sobre los disturbios de Londres y la inminente llegada de unos presupuestos aun más asfixiantes van a terminar teniendo mucho que ver. Esa es la violencia que podría estarse fraguando y contra la que no sirven de nada los exabruptos de Esperanza Aguirre ni el ninguneo de la caverna mediática. Si solo quieren vernos como «el enemigo», todos tenemos un problema con cuenta atrás.

5. Piquetes
Las huelgas siguen sin resolver el problema de legitimación que sufren los piquetes. Podemos repetirnos ciertos discursos para convencidos sobre la necesidad de tensar la calle para ayudar a los que quieren hacer huelga y no se atreven (ver punto 1) o podemos echar el freno y buscar formatos nuevos para recabar adhesiones sin regalar al imaginario dominante la estampa de una chica con rostro aterrado tras un escaparate apedreado. ¿Alguna idea? Por ejemplo, adelantar y sostener varios días el paso de piquetes para difundir y visibilizar la protesta, repartir materiales que ayuden a la adhesión de pequeños comercios (ver punto 6), recordar in situ derechos de los trabajadores y deberes del empreasario ante una huelga y, en resumen, tratar de convencer. Es el camino difícil, claro.

6. Pymes
En el punto 1  hablábamos de la medida real del éxito de la huelga, pero además hay fotos que pueden inclinar la balanza. La representación mediática de la huelga es, por comodidad física y mental de la prensa, una persiana medio bajada —o medio subida— en una calle comercial con un piquete a un lado y un comerciante al otro. Esto supone dos problemas para la huelga.

Por un lado hiperconcentra esfuerzos de última hora en el centro de las ciudades. En Madrid parece que la huelga solo se convoca y se pelea durante la mañana en la calle Preciados y alrededores —con permiso de Mercamadrid, algún polígono empresarial y las cocheras del transporte público—. La imagen de calles plenamente abiertas es la habitual en los barrios que rodean la almendra central de la ciudad. Los piquetes se han atrapado en su propia jaula.

Por otro lado visibiliza el escasísimo apoyo que logran estas convocatorias en pequeñas y medianas empresas. La dificultad del sindicalismo en pymes con mucho cara a cara es un lamento viejo del sindicalismo. El adelantamiento sostenido y pacífico de piquetes realmente informativos, puerta a puerta, calle a calle, actuando como mediadores entre plantillas muy reducidas y empresarios casi familiares, tratando de sumar a comerciantes y autónomos —víctimas colaterales de cualquier erosión a su clientela—, podría ser una ayuda contra la pataleta derrotista del pegamento y la silicona en las cerraduras.


One Comment on “La huelga crece”

  1. […] formas y para ampliar este breve análisis, recomiendo leer por ejemplo los posts sobre el tema de El blog de Millares (@millares) o de Bottup, escrito por Pau Llop […]


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