Los escrúpulos inéditos de Campofrío

Varios grandes anunciantes han anunciado su intención de dejar de publicitarse en el programa ‘La Noria’ de Telecinco. Como ya sabéis, huyen de la malas críticas que ha cosechado este espacio por entrevistar -y pagar- a la madre de ‘El Cuco’, condenado por encubrir al presunto asesino de Marta del Castillo, Manuel Carcaño.

El futuro de ‘La Noria’ no me quita el sueño, pero sí me interesan varios aspectos de este suceso y algunos me preocupan.

En primer lugar pone de relieve el poder de las empresas privadas en los medios de comunicación.

La publicidad y las privadas
Las empresas son personas jurídicas que pueden meter su dinero donde les de la gana. Así lo suelen hacer, beneficiando a quienes mejor les sirven y menos les molestan. Recordemos que Telecinco no vende información a los ciudadanos; su negocio es vender a los anunciantes «tiempo de cerebro humano disponible». Para vender más tiempo ha adoptado todo tipo de estrategias exitosas que le reportaron unos ingresos de más de 855 millones de euros en 2010 y unos beneficios de 164,5 millones. Esto ha llegado a ser así porque el Estado, titular del «servicio público esencial» que es la televisión -así lo define la ley-, ha renunciado a administrar las concesiones, que se renuevan cada 10 años, de acuerdo con criterios que tengan que ver con los contenidos. En teoría, la actividad de las televisiones privadas debería inspirarse en los principios establecidos en el artículo 4 de la Ley 4/1980:

«a) La objetividad, veracidad e imparcialidad de las informaciones. b) La separación entre informaciones y opiniones, la identificación de quienes sustentan estas últimas y su libre expresión, con los limites del apartado cuatro del artículo 20 de la Constitución. c) El respeto al pluralismo político, religioso, social, cultural y lingüístico. d) El respeto al honor, la fama, la vida privada de las personas y cuantos derechos y libertades reconoce la Constitución. e) La protección de la juventud y de la infancia. f) El respecto de los valores de igualdad recogidos en el artículo 14 de la Constitución».

Quizá exagero si os pregunto cúando fue la última vez que algún minuto de programación de Telecinco cumplió alguno de estos principios, ¿verdad?

Esta pasividad administrativa ha dejado crecer un monstruo que ahora ya no se puede matar: imaginad que un Gobierno decidiese revocar la licencia de emisión de Telecinco… Hay algo positivo en esta dejación de la Administración: da paso a una especie de neutralidad radical. Defiendo esa neutralidad aunque solo sirva para ciscar mi salón cuando enciendo el televisor.

Muchos dirán que aquella entrevista no tenía interés informativo -la vieron dos millones de personas, aunque esto no es ninguna garantía-, pero no creo que corresponda a un fabricante de salchichas decidir qué lo tiene y lo cierto es que, con su dinero, los asesores de imagen de Campofrío están juzgando qué debemos ver y qué no. Particularmente, preferiría que ciñesen sus decisiones empresariales a criterios económicos y de audiencia: entiendo que no solo las buenas personas, con una trayectoria ética kantiana, comen salchichas. Si aceptamos -y a mí no me gusta- que los medios se financien exclusivamente con publicidad, lo menos que podemos hacer es exigir que esa publicidad sea neutral ante los contenidos. Lo contrario genera una inseguridad mediática temible.

Si no se critica la calidad periodística del programa, ¿hablamos de moralidad? ¿De ética? Miedo me da que sean Nestlé o L’Oreal quienes ejerzan de árbitros en ese campo. Me conformaría con que aplicasen sus novedosos escrúpulos a su propia actividad empresarial, incluyendo la publicitaria.

Si ‘La Noria’ es basura o si merece un Pulitzer, me da igual. Bueno no me da igual: preferiría mil veces que Telecinco dedicase ese tiempo y esfuerzo a hacer periodismo de investigación para destapar las trapacerías empresariales de Campofrío, Nestlé o L’Oreal. Sin embargo, creo que debo aguantarme, abstenerme de  patalear  y, si me pica mucho, atacar desde, al menos, otros cuatro flancos.

Alternativas
Uno. Como sujetos pasivos podemos cambiar de canal. No voy a acudir al tópico de sintonizar La 2: existen multitud de canales -no solo televisivos-  para ver buena televisión, que la hay.

Dos. Si estás muy, muy cabreado, puedes movilizar toda tu artillería para defender el modelo mediático -y de sociedad- que te gusta. Será más efectivo si propones alternativas, eres constructivo y pasas olímpicamente de tuitear a Jordi González.

Tres. Si sabes juntar letras para formar palabras y juntar palabras para construir frases, hazlo. Ya está, puedes contar cosas, hazlo. Mira, escucha, indaga, pregunta, contrasta y difúndelo. Ya eres periodista, ejerce. Predica con el ejemplo. Se mejor que Telencino.

Cuatro. ¿No eres bueno haciendo buen periodismo, pero te gusta verlo, oirlo o leerlo? Financia. Sí, son malos tiempos para convertirse en mecenas, pero, venga, hacerse socio de Tercera Información cuesta 1,6 euros al mes: un paquete de salchichas viena de Campofrío cuesta esta mañana 1,35 euros en Eroski.

Información de sucesos
Quienes sentimos rabia o vergüenza por el hecho de que una madre se lucre porque su hijo ha cometido un delito nos estamos dejando llevar por la misma visceralidad que intenta agitar este tipo de programas. Unas veces apelan a nuestra empatía entrevistando a los padres de las víctimas y otras, a nuestra repulsión entervistando a los malos de la película. Pero el espectáculo es el mismo, la misma historia, las dos caras del mismo dolor.

Frente a la evisceración en los medios, encuentro una postura definitiva: si los medios, en democracia, han de informar -para servir a la creación de opiniones políticas-, formar -para servir a la consolidación de un tejido social culto- y entretener -para que no nos explote la cabeza-, la información de sucesos es prescindible, salvo cuando por su prevalencia contribuya a explicar un conflicto social o cuando por su tratamiento ayude a entender la condicón humana. Es decir, el asesinato de una joven a manos de su pareja tiene trascendencia pública como síntoma de un conflicto de género, por ejemplo, pero la intimidad del crimen, su padecimiento, atañe solo a los allegados. Recuerda, los medios de comunicación, ya entrevisten a víctimas o a verdugos, solo quieren tiempo disponible en tu cerebro para venderte salchichas.

Dejemos que los fabricantes de salchichas vendan salchichas a los amigos de la carnaza, es lo suyo, tiene lógica. Podemos dejar de comprar esas salchichas o dejar de ver ese programa y, lo que es mejor, podemos defender modelos económicos y mediáticos que dejen en evidencia a Campofrío y Telecinco. Precisamente, lo mejor de todo este caso es que pone de relieve, una vez más, la creciente capacidad de la ciudadanía para organizarse en red y coordinarse en pos de un bien común. Este es el verdadero problema de Telecinco y Campofrío.



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